LA PULGA EN EL OIDO DEL MINOTAURO. EDICION SEPTIEMBRE 2014

DESDE MI SITIAL

Luis A. Riveros

 

LA PULGA EN EL OIDO DEL MINOTAURO

Nicanor  Parra ha cumplido sus cien primeros años.  Siempre nos dijo que se marcharía antes, que ya poco le quedaba por hacer y que eso, lo que restaba,  no era importante.  En su casa, allá en la costa, se permitía hacer recuerdos pero también se dedicaba a especular sobre el futuro, y a apreciar un presente que no le gustaba.  Resentía mucho que su contrato en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile hubiese sido terminado, al eliminarse el Departamento de Estudios Humanísticos al que pertenecía al igual que una vasta pléyade de académicos.  Todos habían sido arrancados del Instituto Pedagógico, en medio de inusitada algarrada política.  Ese Departamento era un centro de pensamiento e investigación de primera línea: allí lo conocí y allí desempeñaba su cátedra con un nunca menor apoyo de quienes éramos estudiantes de distintas líneas disciplinarias.   Especulaba, en años difíciles para nuestro país en la década de 1970, que mucho costaría salir de esa época militar.  “Lo que pasa es que la embarramos”, dijo una vez admonitoriamente, y en medio de tantos miedos y esperanzas que invadían cualquier espacio de sigilosa conversación.  Su poesía era dedicada con ahinco a entender a ese ser humano que veía estaba fallando en los presupuestos fundamentales de su origen y determinación.  Creía en el “plan maestro”, que habíamos sido inventados como un experimento cósmico y que teníamos que responder a esas expectativas derivadas de un arquitecto universal.  Ha sido siempre un irrespetuoso pero, como la anti poesía que ha originado, eso ha sido una manera de expresar su respeto profundo por el ser humano y su destino.

Nos encontrarnos nuevamente años más tarde, cuando yo era Rector de la Universidad de Chile, Manuel Jofré, destacado Nerudiano y su amigo personal, consiguió que nos diese una Clase Magistral, con la cual él dijo consideraba superados los agravios pasados.   Ahí nos habló de lo que era su inquietud en esos días: entender bien la ecuación de Einstein que relacionaba Energía con Masa; no entendimos mucho.  Allí estaba hablándonos el Ingeniero de la U, el profesor de Matemáticas y Física que fue en su juventud, y también el poeta colosal que ponía su imaginación pletórica para entusiasmar a un repleto Salón de Honor. Nos habló de esperanzas, nos habló de sueños, nos dijo que no debíamos perder las oportunidades que nos ofrecía el mejor Chile que estaba renaciendo.   Era el año 2002, y fue allí en esa clase donde nos habló de que la Universidad debía ser siempre “la pulga en el oído del minotauro”.  Creía en la universidad libre, en la universidad crítica, en la universidad capaz de empujar las fronteras del conocimiento, haciendo de la libertad de conciencia y de expresión una manifestación siempre de progreso en el saber.  En el almuerzo en la Rectoría fuimos apabullados por su lógica, por su profundo humanismo, por su gigantesca talla intelectual.  Era época de elecciones de Rector, y me manifestó que yo debía seguir siéndolo: “creo en los laicos, a pesar de que hay varios en los que no”, me manifestó en ese tono siempre medio en serio y medio en broma que tanto le caracterizaba.  Y me envió esa tarde una nota, en que no sólo me ofrecía su apoyo para la reelección, sino que me anunciaba su apoyo para sueños mayores.  Ese era Nicanor: nunca se sabía donde comenzaba ni donde terminarían sus sueños gigantescos, de enorme proporción republicana.  Nunca se podía adivinar los derroteros que tomaría una conversación con él.

Fue en una visita a Buenos Aires, en que formamos parte de la Comitiva Presidencial, que tuve la oportunidad, en un desayuno allá en un Hotel de la ciudad, de conversar a solas con Nicanor y de poder tocar así sus más profundas emociones.   Me habló de su sufrimiento personal a raíz del golpe militar del año 73, y de lo que ello había significado para su familia, especialmente para sus sobrinos que habían sido tan directos protagonistas.  Lo inundó la emoción, y hasta creí ver una lágrima asomándose en sus ojos, cuando me hablaba de amigos que había sido perseguidos,  encarcelados y hasta desaparecidos algunos de ellos.   Me dijo que no entendía tanto sufrimiento; pero también expresaba que los errores habían sido graves y que no previeron consecuencias,  sin tener plena conciencia de estos resultados que sufrimos tanto.  Me dijo que siempre volvía a contemplar las aspilleras que había confeccionado su hermana Violeta, y que el guardaba con celoso respeto en su casa allá en La Reina, y que eso le permitía pensar en su viaje final con la satisfacción de una vida plena.   Me pidió que nunca diera detalles de esa conversación, cosa que he cumplido y cumpliré.  Me dijo que como yo era masón, él creía en mi rectitud, en mi lealtad y en mi compromiso con lo humano.

Creo que esa fue la última conversación personal y directa con mi amigo Nicanor. Más tarde, inauguramos una muestra de su trabajo en un céntrico edificio en Santiago, donde tuve la oportunidad de expresarle nuestra admiración y nuestro cariño al magnífico irreverente creador.  Mas de alguna vez nos acompañó en las actividades del “Paquidermo Azul” un grupo de amigos y colegas que se había organizado para hablar de universidad y cuyo nombre se asociaba al titular que un periódico de circulación nacional le había dado a la Universidad, tratando de motejarla y queriendo así significar su enorme tamaño, su lentitud y su eventual proceso de extinción.  Nicanor adhirió a nuestros fundamentos: la U nunca iba a ser de poco tamaño, porque significaba todo y lo mejor de Chile; y tampoco nunca sería lenta porque debía responder adelantando lo que Chile y el conocimiento necesitaba; y nunca se extinguiría mientras quedara inteligencia y alma nacional.  Las reuniones que se realizaban en ese pequeño establecimiento a un par de cuadras de la Casa Central siempre representaban la oportunidad de discursos y homenajes; allí escuchamos también a Nicanor y también le rendimos un homenaje muy sencillo pero lleno de afecto fraternal.   Ciertamente, se declaró entonces adicto a lo azul, como de hecho lo había sido en alma toda la vida.

Por eso, con ocasión de su glorioso centenario no considero nada más apropiado que rendir a mi amigo Nicanor el homenaje sincero y sencillo que estoy seguro como tal aceptaría.  Estuve entre quienes propiciamos su candidatura al Premio Nobel de Literatura por su creatividad, su dilatada obra su significativa capacidad de innovar en poesía, su poderosa síntesis exegética. Un premio que habría sido justo para uno de los más brillantes irreverentes con que ha contado la humanidad, que con arte retórico ha exhibido una poesía que va contra los estándares, para así indicarnos que imaginar es la fuente verdadera de la pasión de un creador. Debió haber sido el Premio a uno de los más sublimes innovadores, que empujó con fuerza devastadora las fronteras expresivas del arte poético.  Homenajes que nos habría enaltecido a todos, al dedicarse a quien hizo nación y patria más que nadie desde su monumental arte expresivo.  Dedicatoria de Nicanor Parra

 

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