Una Crisis de Orfandad EDICION ENERO 2014

14 de Enero del 2014

DESDE MI SITIAL

Luis A. Riveros

UNA CRISIS DE ORFANDAD….

El Hospital Clínico de la Universidad de Chile está bajo intensa presión por una deuda cercana a los 44 mil millones de pesos. Para poner esta cifra en perspectiva baste mencionar que ella equivale a casi un 8 por ciento del presupuesto total de la Universidad de Chile y a más del 50 por ciento del presupuesto anual del propio Hospital. La deuda del Hospital Clínico es, además, cercana al 80% de la deuda total que sostiene la red de hospitales públicos en todo Chile. Es decir, el emblemático José Joaquín Aguirre está agobiado por una deuda portentosa, que poco se compara con aquella de alrededor de 7 u 8 mil millones que la entidad había adquirido hacia el año 2006, y que fundamentalmente se asociaba a proyectos de inversión como remodelaciones y compra de equipos. ¿Qué ha pasado en el Hospital para que la deuda se haya mas que quintuplicado en el plazo de siete años?

La dicha deuda se explica en forma muy importante por problemas de gestión financiera. El no pago por parte de FONASA y las ISAPRES explicarían cerca de la mitad del total acumulado como deuda hospitalaria. Otros quince mil millones, más o menos, es deuda que se sostiene con el Fondo General del presupuesto universitario. Pero el problema no termina solamente en la magnitud de la deuda: el José Joaquín Aguirre necesita una cifra importante (estimada en cerca de otros diez mil millones de pesos) para poder hacer frente a las inversiones que requiere la acreditación hospitalaria, sin la cual no será posible que pueda acoger ciertas patologías

La solución provista por el Consejo Universitario para abordar esta verdadera crisis, consiste en implementar una operación de lease back, es decir: vender el Hospital a un Banco al cual se le pagaría por mensualidades en un plazo de varios años, tras lo cual el Hospital volvería a propiedad de la Universidad. Sólo los intereses a pagar por una operación de este tipo, que envuelve alto riesgo para el Banco en cuestión, constituiría un monto significativo que debería cubrir anualmente la entidad hospitalaria. El no muy glorioso destino previsto para el Hospital público y universitario más grande de Chile ha tenido por contrapartida otra “solución” en boca de algunos líderes académicos: esperar que asuma el nuevo gobierno, para que éste (con una probable “mayor sensibilidad” por el tema) pueda revertir la situación de crisis financiera que ahoga a la institución. No se menciona ningún procedimiento específico para que esto tenga lugar, pero se recurre al argumento general de que el Estado debe ser quien asuma lo adeudado. Algunos mencionan la posibilidad de un préstamo con aval del Estado para que el Hospital continúe en actividad, mientras otros piensan en un “borrón y cuenta nueva”. A este respecto, muchos alegan la condición de hospital público de la zona Norte de Santiago que debe tener el “Jota”, aunque esto resulta contradictorio no sólo con el autofinanciamiento inducido en los años ochenta y severamente mantenido por medio de la política pública, sino también con la decisión del gobierno en los años noventa en orden a que el Hospital público de la zona norte de Santiago sería aquél ubicado exactamente casi al lado del Aguirre, el Hospital San José. Por lo demás, los funcionarios del Hospital, tanto profesionales como de apoyo, no están dentro del régimen público de empleo y tampoco sus remuneraciones corresponden a las del sector público, además que la planta de personal y condiciones laborales no son de incumbencia del Ministerio de Salud, sino sólo de la propia Universidad. Así, que un nuevo gobierno se haga cargo de la deuda, a través de algún mecanismo no especificado es fuente de muchas dudas, especialmente si la deuda se asocia a problemas de gestión que en realidad no han sido cuidadosamente abordados ni por el Hospital ni por la Vicerrectoría correspondiente de la Universidad. La propia Facultad de Medicina, que es una usuaria directa de los servicios hospitalarios, también se ha hecho a un lado del problema, en el siempre poco convincente argumento de que el Aguirre es solamente uno de sus varios Campus Clínicos.

Cuesta imaginar cómo se ha llegado a esta situación. Nótese que, de acuerdo a estimaciones que se efectuaron anteriormente y que no costaría actualizar, el valor del Hospital es muy probablemente inferior al valor de la deuda. Esta verdadera insostenibilidad se explica solamente por la existencia de “cuentas por cobrar” debido a una pobre gestión en materia de recuperación de los recursos. Probablemente esto se asocie con anteriores declaraciones de directivos en orden a que el Hospital de la Chile debía ser público, partiendo eventualmente, por una unilateral gratuidad. Públicamente se sabe que el propio Estado de Chile, a través de FONASA y el propio MINSAL, le adeuda unos 11 mil millones, y que las ISAPRES le adeudarían otros 10 mil millones. Si eso es así ¿amerita ello un lease back o un préstamo bancario con aval, o más bien se precisa de una iniciativa para cobrar lo que no se le ha pagado?

El incremento de la deuda hospitalaria, por otra parte, ha tenido lugar en un período en que la deuda total de la Universidad de Chile ha disminuido significativamente. En efecto, con un esfuerzo que comenzó el año 2003, la deuda se ha ido extinguiendo mostrando así una férrea disciplina que le daría espacio para poder realizar inversión. Pero, desafortunadamente, el Hospital es parte de la Universidad de Chile y su situación contamina financieramente a la institución toda. De hecho, El Fondo General de la propia Universidad es acreedor del Hospital, situación paradójica sólo entendible en la política de autofinanciamiento y de la independencia de los diversos centros de costo que representan las unidades académicas y funcionales de la institución.

La situación es grave. Las acreencias de corto plazo hacia el Hospital, por alrededor de unos 20 mil millones de pesos, presiona sus abastecimientos y normal funcionamiento. Hay, además, una significativa inversión pendiente, por sobre aquella imprescindible ligada a la acreditación. En realidad, no parece caber otra solución que sea la propia Universidad la que se haga cargo de la deuda, pero también de la gestión económica del Hospital, para así asegurar la cobrabilidad de los activos Hospitalarios (universitarios, finalmente). La gestión que debe hacerse del Hospital debe asegurar una profunda reingeniería, especialmente en la administración financiera y en la conformación de un verdadero Directorio que tome las decisiones de gestión. La Universidad de Chile tiene demás recursos humanos para hacer esto apropiadamente, si existe la decisión política de no dejar morir al Hospital. Asimismo, es urgente un rediseño de las relaciones funcionales del Hospital con la Facultad de Medicina, además de una remodelación del activo físico que permita que parte del mismo pase a cancelar la deuda existente.

Desde mediados de los 90 y hasta el 2006 el Hospital Clínico supo autofinanciarse y superar barreras complejas, llegando a posicionarse como líder en medicina de alta complejidad y uno de los más renombrados centros docentes del país. Esto se hizo con gestión y apoyo de la Rectoría, experiencia que debe acogerse para el diseño de la política que en las décadas venideras deberá seguir el Hospital bajo una férrea administración universitaria central. Es crucial considerar que nunca, en todo el periodo pos 1990, la autoridad pública ha mostrado la menor disposición a dar apoyo al Hospital de la Universidad de Chile en función de su carácter público y universitario. Sin lugar a dudas, la orfandad en que ha caído el Hospital ha sido un dramático reflejo de la orfandad en que ha caído la propia Universidad de Chile en manos de políticas vigentes desde hace ya una treintena de años, y que determinan que ésta reciba un aporte mínimo del presupuesto, llevándola a realizar todo tipo de actividades para poder generar recursos. El hospital, por ejemplo, debe generar más del 95% de su presupuesto sobre la base de venta de servicios, situación que genera a nivel de la Universidad un alto grado de dificultad, puesto que muchas veces se dejan de producir los bienes públicos a los que está obligada una Corporación pública, para reducirse a aquellos privados que permiten generar alguna ganancia (¿lucro?) sobre el nivel de costos para así financiar los gastos fijos y los bienes y servicios públicos que debe producir.

Ignorando su trascendencia, muchos actores externos e internos a la Universidad de Chile siempre han creído que debe dejar de existir el Hospital Clínico para sacar de la Universidad un foco de problemas y angustias financieras. Aquí falla el diagnóstico sobre “la madre del cordero” que es una política pública universitaria mal diseñada, que desdeña la importancia de las universidades complejas, y deja de lado la vocación pública de las instituciones para sustituirla solamente por reglas de comportamiento financiero muchas veces contradictorias con la esencia misional. Que el Hospital Clínico de la Universidad de Chile ha tenido problemas de gestión financiera es algo cierto, pero no lo es menos que el Estado chileno lo ha dejado a su propia suerte, ignorando así su historia trascedente y decisiva en la medicina chilena.

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