14 de Mayo del 2014
DESDE MI SITIAL
Luis A. Riveros
LAICISMO PARA LA LIBERTAD; EDUCACION PUBLICA PARA LA IGUALDAD
Constituye actual debate la posibilidad de revivir una verdadera educación pública y laica, inspirada en ideales republicanos, a partir de de la situación de desmedro en que ella quedó después de años de posponerla financieramente y en pro de los privilegios otorgados a la educación privada, especialmente confesional. Ya don Pedro Aguirre Cerda nos advertía “Para que la enseñanza pueda cumplir su misión social es necesario que sea gratuita, única, obligatoria y laica. Gratuita a fin de que todos los niños puedan beneficiarse de la cultura, sin otras restricciones que las que se deriven de su propia naturaleza, pensamiento y acción dentro de las mismas aulas escolares; obligatoria, pues es deber del estado dar a todos los miembros de la sociedad el mínimo de preparación requerido por la comunidad para la vida cívica y social; laica, con el fin de garantizar la libertad de conciencia y hacer que nada perturbe el espíritu del niño durante el período formativo “. Y eso porque el tema ha sido siempre uno de prominente importancia en el contexto de una educación republicana, como la que hoy se quiere reinstalar para recuperar valores perdidos en nuestra sociedad, como el de la tolerancia e igualdad de oportunidades. Personeros de la Iglesia también han insistido en una visión necesaria, de acuerdo a sus propios preceptos, de lo laico y de lo público en educación, así denotando la importancia de este tema, especialmente cuando se discute acerca de la subsidiariedad del Estado en materia educacional. Efectivamente, es hoy día importante definir el tipo de educación y de valores que se propugna con recursos de todos los ciudadanos. En tal contexto lo laico reviste relevancia fundamental en el diseño conceptual de nuestra educación, así como también lo público ha pasado a ser central como un criterio que domina el financiamiento para la gratuidad.
El Pbro. Tomás Scherz ha expresado hace poco que “Los cristianos estamos de acuerdo con la laicidad del Estado, si con ello se quiere afirmar que su misión no se puede confundir con la de la(s) Iglesia(s)…” agregando que “Laico es el que no busca afirmar sus verdades desde la tribuna que puede dar el poder político o el ideológico”. Pertinentes aclaraciones, porque el llamado “mundo laico” ha siempre sostenido que la cuestión de fondo es separar asuntos de iglesia de asuntos del Estado, precisamente para que no se impongan concepciones religiosas desde el poder político. Pertinente y necesaria después de un período de oscurantismo en que se favoreció abiertamente a la educación religiosa, muchas veces vista como esencial a los valores de la República. La defensa que siempre se hizo, al menos de mediados del siglo XIX en adelante, incluyendo la Constitución de 1925 que entregaba al Estado la responsabilidad por la educación, estaba inspirada en esa idea de crear democracia y construir república sobre la base de un Estado que, respetuoso de las creencias, estuviese por encima de ellas en materia de política pública. Menester es reconocer que la Iglesia Católica había ejercido un dominio abrumador en el campo de las políticas de Estado, tal y como rezaba la Constitución de 1833 al hacer a la religión Católica la oficial y exclusiva del Estado chileno.
Precisamente la educación laica es la que reconoce en el pluralismo de las distintas concepciones sobre el origen y destino del ser humano una base efectiva de la democracia. Fundamento político de la misma es la necesidad de diversidad y de libertades, incluyendo la libertad de conciencia y de expresión. Por ello siempre el laicismo ha inducido la libre búsqueda, para que el individuo en pleno ejercicio de sus potencialidades intelectuales y su contexto de valores, pueda buscar explicación a las preguntas fundamentales que por siempre inquietan a la humanidad en cuanto a presencia, origen y destino. El laicismo es en este sentido un sinónimo de razón, en el contexto de la libertad de conciencia y del respeto por las diferentes maneras de explicar el sentido de lo humano. El respeto por el individuo, sin imponer una manera determinada de observar al mundo y a la evolución humana, son parte fundamental de un laicismo que se abre a distintas vertientes explicativas y que, por lo mismo y por el sentido profundo de respeto por las libertades humanas, no puede imponer visiones específicas. Es en este sentido que el laicismo procura una sociedad secular, pero manifestando respeto por distintas visiones religiosas y no procurando una sociedad areligiosa ni, mucho menos, una educación anti-religiosa, ni una acción contra la religión y sus símbolos.
Las preguntas fundamentales que preocupan al ser humano tienen que ver con la búsqueda de significado de la vida y la realización humanas. Preguntas que tienen que ver con el origen de la especie, su definición existencial y su propósito esencial de vida. Es cierto: la ciencia y la tecnología permiten dar respuesta sólo en parte a estas grandes interrogantes, mientras que los sistemas de organización social nos dicen como acometer los grandes retos del conjunto. Pero sólo la conciencia del ser humano, su libertad intrínseca para optar y explicar, son los fundamentos verdaderos para responder a estas preguntas trascendentales. Muchos pueden hacerlo desde el contexto de una específica interpretación de Dios y de una religión; otros lo harán sobre la base de un agnosticismo y aún otros desde un ateísmo activo. Todas visiones valederas y acreedoras de respeto en el marco epistemológico y ciudadano. Por ello el laicismco se pone por encima de visiones particulares, y auspicia la libre búsqueda, poniendo responsabilidades importantes en la educación para dotar a los individuos de herramientas para esa búsqueda existencial.
El laicismo se antepone al sectarismo dogmático propagado por interpretaciones que imponen modos de pensar y que rinden pleitesía a verdades inamovibles. Propugna la búsqueda y la razón, para lo cual propicia una educación que destaque la entrega de instrumentos para que posteriormente las personas puedan optar. Por ello patrocina la enseñanza de historia de las religiones, o de religiones comparadas, y de principios éticos y valores, más bien que la enseñanza de un dogma o de cualesquiera religión en lo específico. Su intento es construir una visión secular de la sociedad, desde un trasfondo valórico humano, y no en un contexto areligioso ni anti religioso, sino de libertad plena de la persona humana. Es por eso que el Estado laico debe recoger el aporte de las distintas religiones y escuelas de valores para construir el hombre pleno y libre al que en su esencia aspira.
La educación pública es un instrumento asociado estrechamente a estos principios. Se trata de aquella educación que entrega el Estado y en la que destaca su fin igualador de condiciones, que es el paso previo indispensable para efectivamente igualar oportunidades. Por cierto, ella no se opone a la educación privada y, lo que es más, puede compartir con ella la esencia formativa en el marco de programas de enseñanza originados en lo público y estatal. No admite que la educación se asocie a objetivos institucionales distintos al servicio al país, a la nación y a su desarrollo, en el marco de la diversidad y la libertad humana. En ese sentido, no pueden ser instituciones públicas de educación aquellas destinadas a divulgar una forma excluyente de pensar y de interpretar a la persona en cuanto a su origen, presencia y destino. El pluralismo y la diversidad aconsejan que subsistan distintos sistemas educativos, pero aquél destinado a promover el bien común en un marco de libertad de pensamiento, puede ser solamente la educación pública ofrecida por el Estado.
Lo público corresponde al espacio de todos, en lo que no debe haber exclusión de ningún tipo, ni menos basada en sectarismos religiosos o puntos de vista valóricos. El Estado puede reconocer los esfuerzos educativos del sector privado, con distintas inspiraciones, porque ellos aportan al bien común. Pero eso no convierte al esfuerzo privado en una iniciativa pública, ni tampoco el apoyo que pueda formular el Estado a estos desarrollos puede considerarse como un mecanismo que transforme a la iniciativa privada en una de tipo público. Se trata de compartir esfuerzos y tareas, pero con propósitos diversos: el esfuerzo privado se destinará a difundir un pensamiento, un dogma de fe, un conjunto de principios creyentes. Lo público, por el contrario, enfatizará el espíritu nacional y republicano, el respeto por la diversidad y la tolerancia en el ánimo de igualar condiciones para acceder a una sociedad más equitativa. Una y otra debe estar caracterizada por la mayor excelencia académica posible, por la calidad que innegablemente cada una en su contexto debe garantizar a la sociedad. Pero una y otra son distintas en su esencia interpretativa, en sus objetivos finales y en su relación con las demandas de la sociedad y el bien común.
La educación pública y la privada deben cumplir su tarea en el contexto de su propia misión y visión, especialmente en relación al bien común, a la sociedad y a la realización de la persona humana. Las entidades formativas públicas deben tener un financiamiento adecuado para así poder mantenerse a la par del sector privado, y proveer el rol de referente que permite el desarrollo de un sistema formativo complejo y completo, como lo exige la sociedad actual.